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martes, 30 de diciembre de 2014

Crónica Maratón Berlín

A continuación la crónica del Maratón de Berlín que corrió nuestra compañera Susana.El administrador pide disculpas por habérsele traspapelado en su momento la publicación. No obstante el evento lo merece aún con retraso. Enhorabuena Susana Campeona !!!

El domingo 28 de septiembre, el keniata Dennis Kimetto se alzó con la victoria en el 41º maratón de Berlín. Y de qué forma: con sus 2 horas, 2 minutos y 57 segundos pulverizó el récord del mundo en la mítica distancia. Pero ese domingo, en la llana capital alemana, no solo ganó Kimetto. Miles de corredores lo hicieron. Entre ellos, Guillermo y yo. Siempre he creído que dentro de un maratón hay tantos maratones como corredores. Y más allá del oro, la plata o el bronce, muchos más atletas ganan. Los que suben al podio por descontado, pero también los que mejoran su marca personal, los que corren por una causa justa, los que simplemente terminan (algo no tan simple)… Una vez, en una carrera en la que llegué de las últimas, mi padre me dijo: “Pero hija, ¿para eso corres?”. Me dio la risa. A ver, ¿cómo explicas que a veces la gracia está precisamente en superar el reto? En Berlín lo hice y me sentí igualmente vencedora. Por eso corro, papá.

Era mi tercer maratón, pero el primero que hacía tras haber entrenado siguiendo un plan específico, el primero con el CAS. El objetivo en esta ocasión no era solo terminar. Quería hacerlo mejor, quería que el crono se parase en 4:30. Ese era mi reto.

Y menuda diferencia. Fueron 20 semanas de cuatro y cinco días de entrenos con cuestas, series, farlek, gradas y tiradas cada vez más y más largas. Interminables. Eternas. Infinitas. Ufffff. Pero es que el maratón requiere resistencia y voluntad, y para eso hay que entrenar las piernas y, también, la cabeza.

Y, así, con el entrenamiento marcado a fuego en músculos y materia gris, nos fuimos Guillermo y yo a Berlín. La gente normal lo haría en avión. Nosotros, alérgicos a surcar los aires, en coche y tren. 2.500 kilómetros. Fue el premaratón al maratón. Tardamos un poco, pero llegamos.

Dos días antes me consumían los nervios y me carcomían las dudas (¿podré?, ¿no podré?, ¿haré más tiempo?, ¿aparecerá el muro?). Y hablando de comer, recordé lo que me dijo Fernando: “No comas cosas raras antes de la carrera”. Ganas no me faltaron –se me hacía la boca agua con los olores que salían de algunos locales de cocina koreana, malaya, tibetana-, pero me ceñí al guión e hicimos acopio de carbohidratos a base de pasta y pizza.

Y llegó el día D. Meteorológicamente perfecto (sol, máxima de 20-21 grados) y con un ambiente tan emocionante como sobrecogedor (miles de corredores y miles de personas animando). Los niños colocaban las palmas de sus manos para chocarlas con la tuya al pasar a su lado (pobres, con lo que sudábamos), la gente gritaba tu nombre tras leerlo en tu dorsal y había grupos de música amenizando la velada casi en cada esquina. Aquello era una auténtica fiesta. Por primera vez no me hizo falta correr con música. Y, lo admito, no la eché de menos.

Pero bueno, no nos engañemos, desde el kilómetro 30 la cosa se complica y los últimos 5 kilómetros fueron muy duros, con pinchazos en la rodilla derecha. Pensé que la condromalacia rotuliana, esa que no me molestó ningún día de entreno, era tan perra que iba a aparecer justo en el último momento. Pero había que seguir, yo no me iba a rendir: ¡¡¡ja!!! A lo lejos vimos, por fin, la Puerta de Brandenburgo; la meta estaba allí... Y la cruzamos cuando el reloj marcaba 4:27:15. Sentí una mezcla de emoción, alivio y orgullo. Y felicidad: ¡¡¡me iba a tomar la cerveza más grande que sirviesen en Alemania!!!


Al día siguiente compramos el Berliner Morgenpost para disfrutar de la satisfacción de leer nuestros nombres en el listado de finishers. Y descubrí, qué cosas, que dos guatemaltecos con mi mismo apellido, Miguel y Gabriel Basterrechea, habían corrido casi a mi lado y habían llegado solo 33 segundos por detrás de mí, uno, y 4 minutos después el otro. ¿No es alucinante? Supongo que esto, como muchas otras cosas, forma parte de la gracia de los maratones. Por eso corro.

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